domingo, 8 de marzo de 2009

Los partidos políticos desde el fin de la dictadura

Análisis de la Evolución del Sistema de partidos Chileno.
Desde la recuperación democrática al siglo XXI
Por Gabriel Urbano V.

La transición democrática chilena, desarrollada a partir del año 1989 y concluida con el gobierno del presidente Lagos; se caracterizó por la reconstrucción de sistema político, vale decir, de una estructura plural de partidos orientados recíprocamente entre sí. El caso chileno, con su insistencia peculiar en la identificación entre democracia y sistema político, tiene otra singularidad: la estabilidad en la estructura de representación política que sigue el esquema aproximado de los tres tercios. Tras la clausura autoritaria, en efecto, durante este periodo no se advierten desplazamientos importantes en los contenidos de la representación política (exceptuando únicamente la baja del Partido Comunista). Los cambios radican más bien en la forma de la representación, que puede describirse, con algunas variantes, de la siguiente forma:
La desradicalización de la ideología motivada doblemente por la necesidad de producir gobiernos de coalición y de atender un electorado que se organiza de acuerdo a exigencias inmediatas;La desmovilización de los militantes de base, dadas las necesidades de organizar empresarialmente la actividad política en el marco de un mercado exigente y competitivo; yLa erosión de la identidad colectiva y aparición de partidos catch all, motivada por la necesidad de diversificar y extender la representación política fuera del ámbito propio del partido.
Chile, en términos generales, durante este periodo sigue aproximadamente esta pauta.
Así, es posible observar la desradicalización de los objetivos políticos, que es producto del éxito de la estrategia plebiscitaria del año 88 de la concertación de partidos por la democracia, que una vez en el gobierno buscan lograr el éxito de la recomposición del sistema político, lo que se convierte en su fortaleza pero que, sin embargo, marca el fin de la experiencia populista. En consecuencia, el protagonismo de los actores políticos desplaza definitivamente las expectativas hegemónicas, las que se terminaron depositando en los "pobladores". Esta misma reconversión de partidos ideológicos en partidos programáticos, es motivada por la necesidad de producir gobierno de coalición, producto de la exigencia de generar mayorías parlamentarias. La desmovilización de los miembros de base de los partidos es una transformación más reciente, pero notable, sobre todo en la izquierda chilena.
La organización de los partidos, durante el periodo, avanzó hacia un esquema de burocratización clásico que comprende, por un lado, la profesionalización de la política entendida como "carrera" – vale decir, como actividad permanente – provista de competencias y habilidades específicas, y ejercida en el marco de organizaciones precisas dispuestas a tal propósito; y la organización burocrático empresarial de los partidos que se caracteriza por la tecnificación y centralización creciente de las decisiones.
Durante este periodo, los partidos dejan de ser canales de participación y debate. Por una parte, se comenzó a observar el déficit en la cantidad de militantes y, de forma notoria, se manifestó en la calidad de la afiliación partidaria que se manifiestan, por ejemplo, en la pobreza del vínculo partidario que atestiguan los dirigentes sociales, en el funcionamiento irregular de las estructuras de base generalmente activadas por motivos electorales o en la generalización del uso de agentes electorales pagados para cumplir con las actividades de masas de los partidos. Por otro lado, es visible la ausencia de formación y socialización política de los militantes, la falta de promoción interna de los líderes locales y, en algunas ocasiones, la erosión de los procedimientos democráticos de toma de decisiones.
Se comienza a producir un debilitamiento de la identidad colectiva, así, los partidos pierden gradualmente la referencia cultural que usualmente estuvo en su origen, especialmente entre los partidos católicos y socialistas, eludiendo sistemáticamente la referencia a particularismos sociales o culturales que puedan restar audiencia electoral.
Esto es notorio en la desaparición de identidades fuertes en el sistema político chileno.Por ejemplo, la constitución de "partidos de ciudadanos" o la voluntad de representar a la "gente", como reza el lema de la coalición gobernante. Siendo notable la obsolescencia de la identidad popular u obrera en la izquierda, así como de los grandes clivajes culturales de antaño, laico católico o liberal conservador. La capacidad de los partidos de representar identidades culturales y de intervenir en la materia se resiente notoriamente, puesto que la heterogeneidad de sus miembros y seguidores es cada vez mayor. Esta misma heterogeneidad reduce las diferencias al interior del sistema político ("todos dicen más o menos lo mismo") y diluye incluso las fronteras de la identificación política (derecha – centro – izquierda).
Sin embargo, estos déficit enunciados, generaron sus compensaciones. Así, la erosión de la identidad colectiva, por ejemplo, fue sorteada a través de los carismas electorales, que fueron resolviendo, muchas veces artificialmente, las necesidades de identificación cultural. La ausencia de "partidos de masas" se superó con la publicidad, que se revela como un mecanismo de acceso a los electores tanto o más eficaz que una cohorte de militantes de base. Los déficit ideológicos, por último, fueron sustituidos, cada vez más por técnicas de formación e intervención sobre la opinión pública.
Así, nos encontramos, en el primer gobierno post – transición, el de Michelle Bachelet; donde se manifiesta un mayor interés en dar opinión política, por parte de la ciudadanía, pero sin manifestar una mayor voluntad de participar en el sistema. Razón por la cual el “mercado” electoral no ha aumentado en los últimos años y la política se ha ido organizando crecientemente en torno a los siguientes elementos:Agrupamiento en torno a líderes con imagen pública, Hiperinversión en publicidad, ySustitución de los ideólogos e intelectuales doctrinarios por expertos en la exploración y manejo de la opinión.
Estos elementos son devastadores para la antigua organización del partido. Los líderes, por ejemplo, ya no fundan su legitimidad en el contacto directo con la gente ni en la estructura de lealtades personales pacientemente construida a través de años de actividad política: un "golpe" noticioso puede bastar. La publicidad y marketing, a su turno, vuelve innecesarios a los aparatos y activistas. Pero tiene también otro efecto: exacerba la distancia entre dirigentes con acceso a los medios y los militantes sumidos en el anonimato y, por lo tanto, en la insignificancia política. El exceso de visibilidad de unos y de anonimia de otros tiende a reorganizar la actividad de los militantes en torno a liderazgos ("se trabaja para alguien") e introduce imperceptiblemente la dinámica de un "partido de notables" organizado en torno a cabezas y equipos personales. El debate asimismo es drásticamente suprimido: la conquista de la opinión pública requiere de habilidades publicitarias antes que ideológicas. Dichas habilidades pertenecen a equipos profesionales que conservan el aura del secreto y de la doble intención, cuya revelación pública es contraproducente. Toda la política se construye sobre el parámetro de la identificación antes que de la opinión y el argumento.
Este despliegue del "partido competitivo" va de la mano con transformaciones del electorado. La ausencia de ideologías y la formación de partidos programáticos tiene que ver con la organización de un electorado heterogéneo articulado en torno a demandas específicas e inmediatas, no susceptibles de agregación ideológica.
La institucionalización de la política se corresponde con el crecimiento de la apatía, el desinterés y la abstención electoral, vale decir, con la aparición de un electorado permanentemente insatisfecho y cada vez más distante del sistema político. La erosión de las identidades colectivas, por último, anuncia la emergencia de un electorado flotante u oscilante y un debilitamiento general de la estructura de lealtades políticas. Estas transformaciones del electorado del cual existen algunas indicaciones ciertas para el caso chileno apuntan en una misma dirección: la pérdida de eficacia representativa de los partidos.
Este debilitamiento del principio de representación involucra que la relación partidos – actores sociales se concibe cada vez más como una relación entre sistema y entorno: el partido, por consiguiente, se identifica con la operaciones elementales de todo sistema, procesamiento de demandas y regulación de la participación, vale decir, reducción de la variedad como requisito para la mantención y estabilidad del sistema.
La función del partido ha cambiado notablemente: no se trata de estimular la participación (movilizar), sino de elaborar institucionalmente una demanda de participación autogenerada. El lema de la "autonomía de los actores sociales" tiene una doble cara: es el afán por romper la tutela de los partidos sobre los actores sociales, y en este sentido puede entenderse como emancipación política de la sociedad civil; pero, también, expresa propiamente la voluntad de constituir sistema político como espacio diferenciado respecto de aquélla. La erosión, por último, de las identidades colectivas remite al imperativo de secularización que ha sido visto como requisito de la democracia.
Este deterioro es particularmente visible en las relaciones partido sindicato y se encuentra en el origen de las tensiones existentes entre ambos actores. La interpretación de esta tensión requiere algunas consideraciones sobre la evolución de la estructura de representación obrera. Distinguiremos sucintamente tres formas de representación. La primera corresponde al modelo del "partido de los trabajadores" en su versión ya sea comunista o laborista, cuya presencia en nuestro país está agotándose con la desaparición de las grandes tradiciones obreras (por ejemplo, la de los mineros del carbón que colapsa con la privatización y cierre de las minas de Lota y Coronel) y el declive de la identidad obrera en la izquierda chilena.1
La forma más desarrollada de esta distensión se manifiesta en que primero, los partidos se desprenden de su referencia de clase y se definen cada vez más por su posición en el sistema institucional; y en segundo lugar , los sindicatos se constituyen, a su vez, fuera de los partidos y se definen como asociaciones de intereses.
Esto queda graficado primero, en la diversificación de la representación política del mundo laboral y, el pluralismo sindical, en segundo lugar, la organización puramente sindical del mundo del trabajo avanza un trecho más con lo que actualmente se llama "autonomía sindical", vale decir, la constitución del sindicalismo fuera de la intervención de los partidos. Esta autonomía no descansa solamente en la distancia creciente entre sindicalismo y sistema político, sino sobre todo en el surgimiento de un sindicalismo de masas: ocurre que los trabajadores se identifican cada vez menos con su experiencia obrera lo que es especialmente notable entre los jóvenes que intentan huir masivamente de un destino obrero y se organizan cada vez más con arreglo a intereses específicos e inmediatos. El surgimiento de una masa laboral permanentemente insatisfecha, dispuesta a movilizaciones muchas veces radicales en torno a objetivos materiales, pero ampliamente despolitizada, es lo propio del sindicalismo de masas.
La autonomía sindical, entendida como la clausura partidaria del espacio sindical y la neutralización política de los intereses obreros, se explica en este horizonte de despolitización. Los dirigentes se adaptan a esta exigencia fundamental: los intereses de los trabajadores no tienen color político, los partidos deben mantenerse fuera de los sindicatos, la legitimidad de un líder sindical reposa casi enteramente en su eficacia instrumental, en su habilidad para favorecer y realizar la demanda de los trabajadores. Pluralismo y autonomía sindical son dos momentos consecutivos de esta pérdida de identidad obrera: primero, del desaparecimiento definitivo del partido de los trabajadores, vale decir, de una identidad política común; segundo, de la distancia creciente respecto de cualquier mediación política.
Esta diferenciación partido sindicato ha conducido , por una parte, a la formación de sistema político (y a la superación del "partido obrero"); y, por otra, a la formación de sindicalismo (y a la superación del "movimiento obrero"). Esta relación entre sistema político y sindicalismo se realiza naturalmente a través de partidos representativos, pero en un contexto de diversificación y exterioridad creciente. Sin embargo, se puede observar que los lazos de representación pierden la unidad, intimidad y complicidad de antaño. Esto, producto de que:Se trata de un movimiento de diferenciación recíproca: partidos y sindicatos se exigen mutuamente autonomía relativa;La mediación política de los intereses sindicales adquiere un carácter más instrumental que identitario: los partidos son juzgados por su eficacia representativa; yNo existe masivamente por lo menos la demanda por retornar al antiguo modelo de representación del "partido de los trabajadores". La nostalgia del "partido obrero" es apenas visible: el pluralismo y la autonomía sindical son realidades incuestionables, como lo es la voluntad de reponer la demanda obrera al interior del sistema político, antes que situarla en su periferia.
Las tensiones de este modelo de representación provienen, pues, menos de la forma que asume que del contenido: concretamente, de los límites que se presentan (que fueron mencionados en el punto anterior) para restaurar el "compromiso de clases".
El caso chileno corresponde todavía a la fase de salida del "partido de los trabajadores" y está marcada por el desplazamiento de la "izquierda obrera" (en particular del Partido Comunista).
Otro aspecto a considerar, es el notable desplazamiento del discurso populista hacia afuera del sistema político, lo que ha permitido que haya sido recogido precisamente por empresarios (F. J. Errázuriz en los 90`s y Sebastián Piñera en la actualidad), como antes era recogido por militares.
De entre los personajes mencionados, es el señor Sebastián Piñera el que ha logrado recoger los déficit de representación política existentes en el sistema político, enfrentado temas como la exclusión electoral y haciendo propuestas sociales, que recoge de los grupos que no están inscritos como electores, pero que sin embargo, influyen notablemente en la opinión pública y que en algún momento fueron patrimonio de los partidos de izquierda, lo que caracteriza un notable desplazamiento de representación de los partidos considerados de base o de izquierda.
En definitiva, el Sistema de Partidos que presenta Chile en la actualidad, se enmarca dentro de un sistema multipartidario, encontrando al menos 13 partidos políticos, agrupados en dos coaliciones relevantes y basado en la competitividad de los partidos que sustentan el sistema; Este modelo se basa en la directa relación de la capacidad de elegir o no el poder ejecutivo y la asamblea de los partidos políticos, de la alternancia o de monopolio del ejecutivo por parte de un partido y finalmente, pero no menos importante, de distinguir netamente entre sistemas con partido único y sistema sin partido. Este sistema ha generado un Modelo de Competencia Centrípeta, donde la mayoría de los votantes son de centro, por tanto, los partidos mayoritarios buscan el centro y se moderan (para captar el mayor número de votos posibles).
1.- El "partido obrero" se caracteriza por la existencia de muy poca diferenciación entre partido y sindicato, vale decir, por la existencia de movimiento obrero propiamente tal. Esta intimidad fue estudiada por G. di Tella y A. Touraine justamente en el caso de los mineros de Lota hace ya treinta años

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